sábado, 23 de octubre de 2010

Mis dias lluviosos



A sólo efecto relajante, más como diluyente cerebral que con la intención de entrarle con ánimo crítico, Mis días lluviosos conformó una opción ideal para una tarde cualquiera. Una comedia romántica japonesa de adolescentes, con un alto tinte rosa, de jovencitas compañeras de secundaria, que se juntan después de clase, corretean por los parques, se sacan fotos todas juntas tiradas en el pasto y con los dedos en V; que juguetean constantemente con sus celulares y se visten lindo.

Y sin quererlo, termino por encontrarme con una foto que no conocía pero que en realidad ya había visto. Algún detalle por ahí observado anteriormente en el bretel, con relación al cine japonés, o mejor dicho, a la sociedad que nos muestra el cine de ese país.

Una compañera del curso está siendo acosada un grupo de chicas malas; la víctima se llama Tomoko (Hikaru Yamamoto), es una chica del montón, calza lentes, el pelo recogido y es sumisa. Las chicas buenas, lideradas por Río (Nozomi Sasaki), la defienden, la hacen zafar del trance, y la invitan a sumarse a su grupo. Tomoko está sorprendida, no se explica como “las chicas populares” la están ayudando a ella. “No podemos permitir que las amigas sufran”, le contestan, aumentando el asombro de Tomoko ante el rápido calificativo. Las chicas la invitan a salir con ellas a bailar esa misma noche, y se las ve felices y divertidas. Tomoko ansía llevar ese tren de vida, poder arreglarse como ellas, vestir del mismo modo, pero reconoce que para eso hace falta un dinero que ella no posee. Las amigas le ofrecen enseñarle una forma de conseguir dinero. La noche termina con Tomoko tomando de más y Río llevándola a dormir a su casa.

Para seguir con este tema, no queda otra que revelar algunos detalles de la película, así que si pensaba verla, le sugiero que la sigamos en la próxima. Si el cine rosa adolescente japonés no es lo suyo, continuamos.

El lugar en el que se despierta Tomoko, la casa de Río, es un piso a todo lujo, con vista panorámica y en el centro de la ciudad. Según su dueña, es un “estudio que papá me alquila”. Lo que sigue se ve venir, Tomoko será posteriormente arreglada y acicalada por Río; fuera lentes, se suma maquillaje y un bonito vestido colorado. Para cuando vengan sus amigas ella será una reina. Ahí se enterará la fuente de financiación de toda esa vida: citas pagas. “Nos citamos con dulces papis”, dice Río. Tomoko, claro, duda. “Son cientos de dólares sólo por acostarse”. Tomoko duda un rato más, pero al final accede. Gritos de alegría, música pop arriba y próxima escena en ralenti con las cuatro caminando en hilera por la calle llena de gente.



No voy a abrumar de detalles, pero a modo de apunte agrego: la historia de Río carga con algunos detalles densos para su corta juventud, más tarde se enamorará de un profesor de 35 años. La escena de defensa de la pobre chica en realidad fue un montaje armado para conseguir reclutar a una jovencita más al plantel, y su iniciación en el trabajo se vive poco menos que como un preparativo de una fiesta de quince. Y para el postre queda un tumor incurable en un cerebro y un suicidio.

Lo que sigue de la historia poco viene al caso. A medida que pasaban los minutos, la conclusión fue que efectivamente estaba ante una comedia romántica, una adolescente que se enamora de un hombre del doble de su edad, él está enfermo, ella fue violada de niña, en fin, tal vez se terminen encontrando o no, eso puede ser anecdótico. Lo que impacta es que el trasfondo denso no sobresalga, sino que se disimule, camuflagee en el entorno. Se habla de jovencitas de 17 años, en apariencia bien educadas, sin ningún aspecto de marginales ni carenciadas, que ejercen la prostitución. Que no lo cuentan ni siquiera como una travesura, sino como “una” forma de ganar dinero, y no se ve que lo precisen para mantener a nadie, mas bien se las ve gastarlo en ropas y salidas.

Y todo esto es retrado en un marco de comedia digna de los hermanos Jonás. La música de onda y las escenas en las tiendas de compra licúan cualquier aspecto reprochable que se pueda ver en la historia. Los intertítulos explicativos del inicio son de un guión y una gráfica adecuada para niños de 12 años. Los clientes de las señoritas se retratan como hombres tontos, infantiles e inofensivos. Y toda la culpa que puede generar la película se intenta expiar mostrando como un muchacho que trabaja para las chicas extorsiona a los clientes mostrándoles fotos comprometedoras que les sacó cuando se encontraban en la entrada del hotel.

Todo esto toca de cerca el tema del Lolicon, algo que en Japón pega mucho. Lolicon es lo que podría entenderse como “el complejo de lolita”, fantasías sexuales con adolescentes o púberes en posturas o gestos de contenido erótico o provocativo. El término viene en parte de la novela de Navokov, y en la red se siguen peleando por encontrar una definición cerrada, pero tiene cierta derivación del manga, o dibujo animado japonés, que cuenta con cantidad de imágenes de niñitas ya sea provocativas o bien inocentes, pero casi todas ellas pulposas y con ropas estrechas. En Japón este género es totalmente legal, se pueden encontrar libros de arte y de fotografías de niñas desde 8 a 16 años posando con bikinis o disfraces de sus ídolos. Mientras que la menor no salga desnuda, la realización, publicación y distribución de estas revistas y sesiones fotográficas es totalmente legal.

Desde el poster de la película hasta la actriz principal, que a los 27 encarnó a una adolescente de 17, aparece un mensaje confuso y edulcorado de un tema más bien espeso. En ningún momento se juzga el accionar de las chicas; hasta casi se podría decir que desde el formato de video clip que lo encuadra, se lo motoriza. Y cuando se viaja por la red en busqueda de repercusiones de esta película, se encuentra en la mayoría de los casos, la crítica al melodrama, y nada acerca de la espesura del entorno.

Imdb: http://www.imdb.es/title/tt1538401/

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